A mediados del S. XVI, las ideas de la Reforma se habían extendido lo suficiente por Europa, para que la Iglesia católica tomara conciencia y decidiera actuar. Para ello, puso en marcha la Contrarreforma, un movimiento de renovación interna de la Iglesia, que pretendía reorganizarla y revitalizarla, a la vez que, luchar por poner freno al protestantismo.
La Iglesia, además, convocó un concilio en la ciudad de Trento entre 1545 y 1563 de donde salieron las principales reformas y medidas que caracterizaron la Contrarreforma:
- Se mantienen y reafirman los siete sacramentos, la primacía del papa, el culto a la Virgen y los santos y la necesidad de realizar buenas obras para poder salvarse.
- Para formar a los sacerdotes, se crearon seminarios.
- Se difundió la doctrina católica a través del catecismo y de las escuelas.
La renovación de la Iglesia llegó también a las órdenes religiosas, renovando las existentes y creando nuevas. De entre las que se reformaron, destaca la orden de los carmelitas, donde Santa Teresa de Jesús, buscó recuperar la austeridad, respetar la clausura y darle mucha importancia a la oración y meditación.
En cuanto a las de nueva creación, destaca la Compañía de Jesús, creada por San Ignacio de Loyola. Los jesuitas se convirtieron en la orden que más contribuyó a la expansión de la ideas de la Contrarreforma, pues crearon misiones en América y Asia y abrieron escuelas y centros de estudio para transmitir las ideas católicas.
La Contrarreforma no consiguió extinguir la Reforma ni un entendimiento entre los cristianos, dividiéndolos definitivamente. Esto generó conflictos bélicos entre protestantes y católicos, una profunda intolerancia y persecución religiosa.
En los países católicos, la Inquisición fue la encargada de perseguir y juzgar a todos los que no profesaran el dogma católico o fueran sospechosos de profesar otra fe o realizar otros cultos. Los reos eran juzgados, condenados a muerte y ejecutados en un proceso denominado auto de fe.
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